He logrado sobrevivir sin ella. Años atrás parecería algo inaudito, fuera de todo contexto, sin embargo los hechos hablan por si solos. Se apagó la tele.
Sí, está ahí, al fondo de la pieza, tapada con un masculino paño rosado. Está desenchufada. Ahora es ella la que se encuentra inerte, mirándome por horas sin moverse, sin dar muestras de vida.
¿Cómo llegamos a tal punto? Respuestas existen muchas.
Primero, sus contenidos ya no son los de antes. ¿Dónde quedaron los dibujos animados? Parece que nos quieren vender una sociedad sin niños, donde se pasa inmediatamente a la etapa adolescente con programas de pokemones y después con bailarines que resultan un gran aporte cultural.
Antes, el SQP estaba bien, es decir, era un programa novedoso pero hoy, existe una gran cantidad de programas que siguen la misma línea, saturando la pantalla con polémicas absurdas. Sin ir más lejos, las últimas semanas nos encontramos con una joya de la farándula. Las fotos privadas de una “opinóloga” rondan los medios de comunicación. Quién las filtró, no sé ni me interesa.
Mucho Reality Show, mucho “tranquilo papá” y personajes bizarros.
Demasiada violencia en los noticieros, peleas absurdas entre políticos, reportajes sensacionalitas, atentados, en fin, ya no dan ganas de prenderla.
La dejé porque me quitaba mucho tiempo. Reconozco que la carta de ajuste tiene su gracia pero después verla tantas veces pierde su magia. No la dejaba en todo el día. Me transformé en adicto. Disfrutaba viendo series gringas y teleseries brasileñas. Después me dedicaba a los estelares y participaba en los “llame ya”. Fue un periodo complicado.
Por suerte entendí que los libros no se leían solos y que ni el Kike Morandé con toda su compañía me explicarían algo de la teoría de la comunicación de masas, de la espiral del silencio y todas esas delicias que nos enseñan a los estudiantes de periodismo.
Otro punto importante para dejarla es que ya no funciona como antes. Parece que los años le pasaron la cuenta. Prenderla era una lucha constante contra las líneas, puntos y fantasmas que aparecían en la pantalla. Un día en mi desesperación por arreglarla, moví de tal modo la antena que se rompió. Nunca más la prendí. Son casi tres meses sin la denominada caja idiota.
Ahora cuando quiero ver un partido de la liga italiana o inglesa, tengo que bajar al comedor, si quiero ver fútbol chileno, voy a algún pub o restaurante con mis amigos. Si quiero ver una serie o película, la puedo bajar de internet.
Sin embargo, a pesar de los muchos beneficios que me ha traído, debo confesar que a veces siento un deseo casi incontrolable de prenderla, ya sea por morbo, curiosidad o por reeditar esas largas tardes juntos. He pensado en comprarle una nueva antena, no son tan caras.
Ah, se me olvidaba, comenzó el plazo legal para las campañas de cara a las próximas elecciones municipales. ¿Acaso no comenzó hace semanas? Paredes pintadas, gigantografías, merchandising. Si nuestras futuras autoridades no respetan la ley, que más vamos a esperar de sus gestiones.